La autoestima organiza todos los contactos internos necesarios para mantenernos saludables, vigorosos y hermosos. El cuerpo es increíblemente eficiente cuando se trata de la salud, extinguiendo perturbaciones mucho antes de que las hayamos plenamente concientizado e identificado. La enfermedad en sí es una alteración del contacto, y abarca desde el síntoma pasajero hasta la enfermedad incurable. Una gripe, por ejemplo, es algo más que un virus, es la respuesta de un organismo desvalorizado, maltratado e ignorado, bloqueando la energía sin que el individuo sea consciente.
Cuando nuestros mecanismos de brega y enfrentamiento han sido debilitados por continuas desvalorizaciones, contraemos gripe y muchas otras afecciones. Cuando la autoestima está baja, las defensas son débiles, y el organismo es vulnerable. La mayoría de las enfermedades de una forma u otra son psicosomáticas. Los virus, las bacterias, todos los microorganismos señalados como los responsables de las más variadas enfermedades están ahí. Unos desde que el mundo existe, otros, han surgido como una respuesta a la poca conciencia del individuo de sí mismo, que lo terminan convirtiéndose en un enfermo.
Lo que quiero decir, es que el microbio, ese ser microscópico, crecerá y será más efectivo, en contacto con un organismo empobrecido, maltratado y desvalorizado, donde no existe conciencia de sí mismo, por baja autoestima. Por ejemplo, la depresión es una entrega parcial a la muerte, debido que el cuerpo y la mente están indivisiblemente entrelazados. En muchos casos, aunque nos parezca inaudito, son las mismas personas que escogen el tiempo de la enfermedad, la clase de enfermedad, el curso de la enfermedad y su gravedad. Permíteme darte un ejemplo:
Hay en Jerusalén un estanque llamado Betesda. En éstos yacía una multitud de enfermos, y había allí un hombre que hacía 38 años estaba enfermo. Cuando Jesús vio acostado al enfermo, y supo que llevaba mucho tiempo así, le preguntó: ¿Quieres ser sano? Respondió el enfermo, no tengo quien me ayude a entrar en el estanque cuando se agita el agua; para cuando voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante el hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Juan 5:2-9
Nos preguntamos, ¿qué fue lo que se activó en el enfermo, para recibir sanidad instantánea? Mi hipótesis, su consciencia fue despierta. Dice la Escritura, que Jesús se encontró en el templo, al hombre que había sanado, y le dijo; mira, has sido sanado, no peques más, para que no te venga alguna cosa peor. Entonces, si era cierto que la enfermedad del hombre estaba asociada con su estilo de vida. Negarse a vivir siendo responsable de su vida, tiene sus consecuencias trágicas.
Cuando vemos la enfermedad desde afuera, es una conducta como cualquier otra. La conducta está fabricada y puesta en marcha, por una serie de elementos que provienen de creencias limitantes; que hacen que el individuo niegue sus necesidades, negándose a vivir con respeto y dignidad su presente. Cuando vivimos anclados al pasado, por las programaciones, y no por la creación y diseño que somos; entonces, la tragedia será vivir como enfermos y víctima; a la espera de un buen Samaritano.
La esencia de la vida esta en el amor propio. Cuando me amo, tengo el derecho de vivir digna y respetuosamente, porque con mi amor soy suficiente, me valoro, me aprecio, y reconozco que no soy perfecto, pero tampoco me culpo de nada, porque se reconocer cuando me equivoco y pedir perdón. Mi amor me hace ser consciente, para vivir en plenitud; y preparado para servir de influencia a otros seres humanos, que tienen dificultades para amarse a sí mismos.
A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia. Deuteronomio 30:19