La lengua es pequeña, sí… pero ¡presume de un poder inmenso! Puede encender conflictos, contaminar corazones y dejar cicatrices profundas. Lo más alarmante es que, por naturaleza, nadie logra controlarla del todo. Es como un fuego indomable… cargado de veneno mortal.
Con esa misma lengua con la que oramos, también podemos herir. Con ella bendecimos, pero también criticamos, juzgamos, ofendemos o maldecimos. Hablamos de amor… pero disparamos palabras que lastiman.
¿Cómo puede salir agua dulce y salada del mismo manantial? Eso es incoherencia. Eso es hipocresía. Détente un momento, y pregúntate sinceramente.
¿Cómo estás usando tu lengua?
¿A quién has herido con palabras disfrazadas de verdades?
¿Cuántas veces has hablado sin amor, sin filtro o sin sabiduría?
¿Te has arrepentido por insultos, chismes o palabras vulgares que soltaste sin pensar a otros?
Desde la perspectiva de Dios la lengua:
La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos.
Proverbios 18:21
No es broma. Lo que dices revela lo que hay en tu corazón. Tus palabras construyen… o destruyen. Sanan… o contaminan.
Haz un alto para revisar tu lenguaje, reemplazando lo que no edifica, lo que no refleja amor, respeto, prudencia e inteligencia emocional. Considéralo, tu lengua puede ser un instrumento de bendición… o un arma de destrucción.
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo hacer como un metal que resuena, o un címbalo que retiñe.
1 Corintios 13:1