Cuando comencé a amarme, comprendí la complejidad y el misterio de la vida. Dejé de proyectar mis fortalezas y debilidades en los demás y aprendí a abrazarlas como parte de mí. Descubrí una presencia divina en mi interior y empecé a escuchar su voz. Aprendí a confiar en ella y a vivir bajo su guía. Dejé de esforzarme por hacerlo todo bien y, en su lugar, simplemente empecé a ser.
Cuando comencé a amarme, sentí dentro de mí una comunidad, un equipo interno con talentos, dones, capacidades y características únicas. Comprendí que esa diversidad es mi verdadera fortaleza. Dejé de culparme por decisiones pasadas y, en su lugar, asumí la responsabilidad con seguridad y paz.
Cuando comencé a amarme, entendí que forzar las cosas, tanto en mí como en los demás, es un acto de abuso y una violación de los límites propios y ajenos. Aprendí a respetar los tiempos y procesos de la vida. Comencé a caminar con una nueva perspectiva, eligiendo el mejor camino, y provechoso para mi propósito de vida.
Cuando comencé a amarme, experimenté el amor de Dios en mi propia existencia. Comprendí que fui creado con amor, significado, y propósito, con cada detalle pensado por Él, y eso llenó mi corazón de gratitud, permitiéndome vivir la vida en plenitud.
Cuando comencé a amarme, me convertí en mi propia autoridad, guiándome por los dictados de mi conciencia. Descubrí que así es como Dios me habla: a través de la intuición. Entonces fue cuando el estrés perdió poder y control sobre mí; comprendí que todo tiene su tiempo, y que todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Cuando comencé a amarme, fui consciente de que el ego es parte de mi alma, pero en lugar de permitirle controlarme, aprendí a aceptarlo sin caer en excesos. Entendí que no soy perfecto, que puedo equivocarme y fracasar, y aun así sigo siendo yo. Mi autoestima y valor no dependen de mis aciertos o errores, sino de mi esencia.
Cuando comencé a amarme, dejé de aferrarme a personas, tradiciones, costumbres y creencias que limitaban mi desarrollo personal. Fue un despertar maravilloso.
Cuando comencé a amarme, decidí romper con las malas influencias del pasado que desviaban mi atención de mi verdadero significado y propósito de vida. Entonces, experimenté un profundo alivio y una paz inigualable.
Cuando comencé a amarme, decidí perdonarme por mis errores y malas decisiones. Me liberé de la culpa, perdoné a quienes herí y también a quienes me hicieron daño.
Cuando comencé a amarme, dejé de esperar un te quiero, una llamada, un texto, una visita, o reconocimiento; decidí valorar a las personas no por lo que me dan, sino por quienes son.
Todas vuestras cosas sean hechas con amor.1 Corintios 16:14