La felicidad consiste básicamente, en amarme a mí mismo. Obviamente, que ésto no tiene nada que ver con el narcisismo, todo lo contrario, soy feliz, cuando vivo en modo consciente, conectado con mi presente, aquí y ahora, viviendo un estilo de vida saludable, abundante, satisfecho y agradecido.
La felicidad está dentro de mí, pero tengo que invertir por mi crecimiento personal, para superar las heridas del pasado que bloquean mi ser feliz. Para dejar de ser una víctima, y convertirme en un ser humano empoderado y responsable de mi bienestar integral: mente, cuerpo y espíritu, que son los componentes de mi autoestima; y desde esta nueva perspectiva, entonces veo el futuro con ilusión, esperanza, fe y amor.
Contrario a la persona infeliz, es alguien que no se ama a sí mismo, por estar anclado viviendo en su pasado; incapaz de cerrar sus heridas. En consecuencia, navega por la vida miedoso, resentido y amargado, dirigiendo su frustración y rabia, hacia otros que nada tienen que ver con sus heridas del pasado.
En fin, cuando me amo, activo la hormona oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, que se libera ante los momentos placenteros de la vida. Ahora, no dejo de ser feliz cuando llegan las adversidades de la vida, sino que las utilizo para mi desarrollo personal. Entonces, creo en mí, me aprecio, me valoro, y gestiono mis emociones, para vivir en mi mejor versión: feliz, paciente, inteligente, ganador, suficiente, amable, capaz, respetuoso, empático; y desde mi amor, puedo transmitir a otros: la piedad, la esperanza y la fe.
Regocijaos en el Señor Jesús siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!
Filipenses 4:4