Nos hemos acostumbrado a mirar la muerte como un castigo, perdiendo la perspectiva, el significado y la relación con nuestra autoestima. No podemos evitar la muerte.
La muerte tiene un valor y un significado, el valor que le corresponde como una experiencia de transformación total de la vida misma. La vida se vive individualmente, el nacimiento es individual y el crecimiento también, por supuesto la muerte sin duda tiene que ser individual.
Sería ingenuo pensar, que, si nacer y crecer ha sido estar inmerso en un proceso natural e individual, el morir termine siendo entrar todos por el mismo callejón. La muerte es una experiencia única y singular, que cada individuo vive a su modo como una decisión muy personal y particular.
De alguna manera inexplicable, algunas personas deciden cuándo y cómo se quieren morir, adelantando su muerte. Yo veo dos razones: primero, el estilo de vida que la persona escoge vivir sin medir las consecuencias. Segundo, hay familias donde el patrón dominante, es la muerte prematura.
La muerte es la conclusión de una etapa, es la entrada a otro nivel de experiencias diferentes y superiores si se quiere, pero muy distinta a la que hasta ahora hemos conocido.
Mi autoestima, la que yo he adquirido a través de mi nacimiento y crecimiento: organiza, orienta y define esta experiencia de la muerte por igual.
Un paso adelante en el proceso evolutivo: nacer, crecer y morir. La vida comienza desde el momento que el espermatozoide y el óvulo hacen fusión. El nacimiento es la prolongación de la vida que ya tuvo su comienzo.
La vida se vive con consciencia y responsabilidad. Crecer es una decisión responsable para desarrollar mi grandeza y desempeño, dones, talentos, capacidades, potencial y vocación, en objetivos concretos, definidos y específicos.
Morimos en el tiempo y ciclo natural de la vida, no antes de ese tiempo. Morimos cuando ya hemos terminado nuestro propósito. Concluimos cerrando situaciones de la vida terrenal, para abrirnos a otras nuevas situaciones diferentes, desconocidas y transcendentales de otra dimensión, experimentando diferentes niveles de vivencias y experiencias.
Cada persona vive sus puntos de transición de manera única y personal. Cada uno es responsable de cómo y cuándo. Yo nazco, yo crezco, yo muero en los tres procesos, hay dos movimientos sincronizados, un aquí y ahora, y un después.
Vivir, crecer y morir, es nuestra responsabilidad, quien sea consciente de esta verdad, está listo para la transición. La muerte es una puerta que nos conduce a otra vida, a otra dimensión, a otra experiencia, pero adelantarse a esa otra vida sin haber concluido la vida presente, es interrumpir el ciclo de la vida natural, sin haber terminado la vida terrenal.
Por ejemplo, hay muchos que han adelantado su muerte quitándose la vida, porque de niños fueron víctimas de algún agresor infantil, y por miedo, vergüenza y culpa, se guardaron el secreto y el sufrimiento. Debido al sistema familiar disfuncional, no contaron con personas que los apoyaran con amor y comprensión en su dolor.
La voluntad de Dios siempre ha sido, que disfrutemos la vida en su máxima plenitud, pero recuerda, que en el viaje de la vida habrá percances, adversidades, pérdidas; pero tú, nunca dejes de brillar, ni renuncies a vivir la vida con dignidad, respeto y amor propio.
Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.
Ezequiel 18:32