La historia de un joven que tenía un carácter explosivo e iracundo. Su padre un hombre justo y sabio, un día le entregó al joven una bolsa de clavos y un martillo. Le dijo: cada vez que tengas una explosión de coraje, clava un clavo detrás de la puerta de tu cuarto.
El primer día el joven clavó 38 clavos en la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su rabia clavaba cada vez menos clavos. El joven descubrió que era más fácil controlar su rabia que clavar clavos en la puerta.
En el proceso había logrado controlar la rabia durante todo el día. El joven emocionado le compartió a su padre su logro, entonces el padre le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar la rabia. Los días pasaron, y finalmente el joven pudo darle las buenas nuevas a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo has trabajado duro, hijo mío, ¿pero ves todos estos hoyos en la puerta? Ya nunca más será la misma; porque cada vez que explotas enojándote, dejas cicatrices en las personas tal como las que aquí ves en la puerta.
El padre continúo diciéndole, tú puedes insultar a alguien y después disculparte por lo que dijiste, pero las heridas y las cicatrices perdurarán para siempre. Una ofensa verbal es están dañina como lo es una agresión física.
Resumiendo: junto al amor y al dolor está la rabia, otra experiencia importante en nuestra vida. Rabia nos produce el rompimiento del contacto, la separación y el abandono. Son muchos los esquemas mentales, programaciones, patrones, mapas, distorsiones y falsedades que se usan para no enfrentarse con la necesidad de destruir, de agredir y de romper.
En el quehacer diario hay muchas situaciones que nos confrontan con la rabia. No es que alguien poderoso me hace tener o actuar con rabia. La rabia es mía, es decir, como lo es el dolor de estómago, o el dolor de cabeza. Yo la causo, porque es la forma de manejar mis emociones y situaciones personales.
Podemos negar la rabia, taparla con un síntoma, distorsionarla con una sonrisa, pero si no concientizamos nuestra rabia, como una energía perfectamente legítima, y si no nos responsabilizamos de ella, expresando esa energía, quedará a la deriva, sin objetivo y mal manejada. Entonces la proyectaremos contra otros, quizás con los más cercanos, o correremos peligro de dirigirla contra nosotros mismo.
Descalificar la rabia con estereotipos como: nociva o peligrosa, como propia de locos, de inmaduros, o de anormales, sólo dará pie a que la convirtamos en resentimiento, amargura, aislamiento, complejos, culpa y en violencia, que se ocultará detrás de síntomas y de enfermedades.
Rabia es un sentimiento orgánico físico y biológico. La energía se bloquea cuando no se expresa, porque, cuando se expresa permite ponerse en contacto con la separación o la necesidad no satisfecha. “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”. Efesios 4:26
Cuando la energía no se expresa correctamente, es nociva al organismo, convirtiéndose en violencia, juicio, venganza, destrucción y en enfermedades, en busca de un culpable, un chivo expiatorio, a quien se le cargará lo que no tuve, lo que no tengo y necesito.
Todo tiene que ver con la autoestima, para no seguir cediéndole espacio a la rabia en nuestra mente y corazón; y ocupar este espacio con el amor. Amor es el bálsamo que sana las heridas del pasado, nos reconcilia y nos liberta. Nos merecemos tener una mejor calidad de vida.
Y ahora permanece la fe, la esperanza, y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor. 1Corintios 13:13