Saber Oír es la Clave de la Vida:
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó y fue grande su ruina. Mateo 7:24-26.
Jesús para enseñar solía usar analogías, en esta ocasión la usó para darnos la definición de dos tipos de seres humanos, y la diferencia entre ambos. Usaré esta analogía sin fines religiosos, ni teológicos, sino para el propósito del contenido y su entendimiento.
El primer hombre es comparado con un hombre prudente, que quiere decir: uno que sabe oír, es responsable y comprometido con su vida. Su prioridad es su desarrollo personal. Es consciente que necesita desarrollarse, para convertirse en su mejor versión. Cuando se presentan las tormentas, no reniega, ni se deja invadir por el miedo, sino la ve como una oportunidad, porque sabe que tiene sabiduría, inteligencia, y la solución, para prevalecer ante la adversidad.
Conoce bien el balance, es decir, sabe cómo y cuándo actuar ante una tormenta. Es consciente que él es la solución del problema y no el problema. Desde su aquí y ahora, planea las estrategias, revisa sus recursos, es objetivo y efectivo, en su desempeño y funciones como ser humano.
El segundo es comparado con un hombre insensato, que quiere decir: sordo, indiferente, soberbio, negligente e ignorante. Le da poco, o nada de interés a su crecimiento personal. Maneja su vida como víctima o villano. Su prioridad es la apariencia, le gusta impresionar, tiene rasgos de narcisista, le gusta ser reconocido como buena gente, es altruista, carismático y empático.
Pero cuando le llegan las tormentas; improvisa, se angustia, se estresa, es débil de carácter, evade, se esconde, se enferma para no enfrentarse a la adversidad. La vida la vive desde su pasado; con miedo, resentido, amargado, infeliz, juzga, critica, culpa, se victimiza, es ingenuo, inseguro, indefenso y solitario.
Cuando la vida se edifica en fundamentos inconsistentes, es decir, en arena, la tragedia es doble: en el momento de la tormenta se da cuenta de que no está preparado para lidiar con la adversidad, y los retos que trae toda tormenta.
Cuando a estas personas les toca vivir una tormenta, desesperados salen en busca de ayuda pretendiendo ingenuamente que alguien les dé la solución mágica para resolver la adversidad. Los sucesos inesperados de la vida nunca los sabremos, lo que sí es posible saber, es qué tanto crecimiento personal y madurez tenemos para enfrentarnos a la adversidad.
Una tormenta tiene dos aspectos útiles. Uno, se activan los sensores de nuestra autoestima, poniendo en acción nuestros dones y habilidades para lidiar con las adversidades.
Dos, toda tormenta nos impulsa a separarnos de nuestra área de confort, porque sin separación no hay transición, no hay crecimiento, no hay evolución. Pero hay algunos, que prefieren lamentarse, que pagar el precio que la vida nos demanda.
Sacar a Dios de la ecuación de nuestras vidas tiene sus consecuencias, lo vimos en el ejemplo anterior; el primer hombre prevaleció, el segundo hombre fracasó. Tener crecimiento, entendimiento y madurez en tiempo de las tormentas, produce fortaleza, paz, y gozo.